Clara en Ueno


Cuando Clara llegó al final del camino de los cerezos, dejó de llover. El agua había caído fina y delicada sobre los millones de flores rosas que cubrían los árboles. El sol los iluminó a lo largo del paseo que va desde el estanque de los lotos, hasta la pagoda del templo Kaneiji. No podía dejar de mirarlos. Qué bonitos, tan rosados! Parecen nubes de azúcar! Después de un buen paseo, se sentía más tranquila, más serena. Una esbelta pareja de adolescentes con kimono, cerró la sombrilla con la que se protegían de la lluvia. Se besaron con ternura, y en sentido contrario al de Clara, siguieron su camino alejándose con solemnidad, perdiéndose entre los cerezos. Pensó en Borja. Bajo los farolillos del templo, un hombre disfrazado de Elvis reía con grandes carcajadas, mientras su hijo, con un globo de oso panda, saltaba una y otra vez en un charco. El niño se rebozaba de barro mientras su padre se arreglaba el tupé. Clara, sin quererlo, dibujó una fugaz sonrisa. Más adelante, un pequeño puente de piedra, fría, gastada y verdosa, hacía de salida del parque en dirección a la estación central de Ueno, cruzando un riachuelo lleno de juncos. Unos peces de colores nadaban sin sentido aparente, sin rumbo, subiendo y bajando tontamente por aquel canal de aguas turbias. Clara clavó los codos en la fría piedra y apoyó la barbilla encima de las manos. Uno de los peces nadaba lento, pesado, como si el agua fuera más espesa de lo normal. Parecía cansado, enfermo. Iba haciendo eses, hizo un ocho y lentamente volvió a las eses. Clara cerró los ojos, respiró profundamente y se puso triste.
Empezó a llover de nuevo, esta vez con más fuerza. Clara salió del parque, hizo una bola con el chubasquero, lo embutió en la mochila y entró en la estación sin saber aun a dónde ir. Tras cruzar las puertas automáticas, un golpe de aire caliente le dio en la cara. En el hall principal, multitud de máquinas expendedoras de toda clase; Tes., refrescos, golosinas, chocolatinas. Bajo el inmenso techo de vidrio y metal, centenares de hormigas con traje y corbata entraban y salían nerviosas por las innumerables puertas, ascensores y escaleras mecánicas. Por el gran pasillo central, hileras de robots de carne y hueso, con paso militar, desfilaban decididos hacia algún sitio. Los que iban, por la izquierda y los que venían, por la derecha. Danzaban abducidos, imperturbables. A los lados de ese pasillo principal, se alternaban decenas de comercios. Una tienda de cerámica, un puesto de bento, un McDonalds, una librería, un 7eleven, un Starbucks, una tienda de kimonos, un ramen-ya, un Hard Rock Cafe, un pachinko parlour. Letreros, carteles y anuncios de infinitos colores y formas. Los rótulos de la JR se repetían uno tras otro. Las salidas en amarillo EAST EXIT Park Gate - WEST EXIT Iriya, en verde YAMANOTE LINE 1, IKEBUKURU LINE 3 en azul . Flechas, colores, números, pictogramas. Pese al caos, en la estación, era imposible perderse. Todo estaba en su sitio. Escrupulosamente ordenado
Sentada en la terracita del McDonalds, comiendo sin hambre, miraba la incesante marabunta. Comenzó a pensar en ir al hotel, pasar un buen rato en el onsen* y comprar el billete de vuelta a casa. Puede que al llegar me apunte a clases de yoga, pensó. El ketchup y la mayonesa se le escapaban de la boca por las comisuras. Pensó en Borja. Abrió Instagram. Vaya, que raro, hace mucho que no cuelga nada! Después de repasar el Facebook y ojear el Whatsapp comprobó que nadie le decía nada. Ni una notificación. Volvió a mirar a su alrededor con cara de aburrimiento. Se tocó el pelo, como peinándoselo hacia atrás con la palma de la mano. Mecía la pierna derecha, como un péndulo, marcando el paso del tiempo. La pierna de Clara dejó de moverse, puso las palmas de la manos sobre la mesa, y estiró el cuello hacia adelante entrecerrando los ojos, enfocando, como una leona acechando la presa. Algo blanco, reluciente y fuera de lo normal. La gente pasaba por encima sin parecer prestar atención. Decidida, saltó de la silla, y empezó a caminar. A cincuenta o sesenta metros de allí, en el suelo, en medio de aquel río humano, aquello continuaba llamando la atención de Clara. Absortos por la inercia, nadie se había dado cuenta. Clara, como pudo, consiguió llegar allí haciéndose paso entre la gente. Se paró, se arrodilló y comprobó con detenimiento que era aquello. Una StanSmith blanca. Agachó la cabeza hacia abajo y se miró los pies. Exactamente iguales que las suyas. Entonces se puso en pie, cogió la zapatilla y la escaneó con la mirada. La zapatilla estaba limpia, nueva, impecable. Tenía unas cuantas hormigas correteando intranquilas por el empeine, por los cordones, por la lengüeta. Clara, las giró, y vio algo verde y pegajoso enganchado en la suela. Parecido a un chicle, el propietario parecía haber pisado un pedazo de mochi* antes de perderla. En un acto reflejo e inconsciente olió la zapatilla, comprobó que no olían en absoluto. Como un faro, fue girando la cabeza echando un vistazo a su alrededor, intentando buscar alguna cosa que le diera una pista. Ningún movimiento sospechoso o revelador. Caminó y se acercó a un señor uniformado.
  • Hola, buenas tardes. Mire, he encontrado esta zapatilla.- Dijo mostrándola.
  • 申し訳ありません、私は理解していません - El guarda de seguridad no la entendía.
  • Ufff… perdone, es que no hablo Japonés!
  • あなたは情報ポイントに行く必要があります - Él intentaba decirle que preguntara en el punto de información.
  • No nos entendemos señor, lo siento. Bueno, muchas gracias de todas maneras !
Durante el resto del dia, Clara vagó con la zapatilla en las manos por aquella estación. Volvió a ponerse triste, derramó alguna lágrima, pero ella continuó buscando al dueño de la zapatilla. O su propio futuro. O, probablemente, cualquier cosa que hiciera que todo volviera a tener sentido.






Apéndice :
*BENTO: Especie de menú degustación para llevar, con variedad de comidas ( arroz, pescado, verdura…) colocadas por separado, en una cajita de madera o cartón.
*RAMEN-YA: Cadena de restaurantes de ramen ( plato típico a base de fideos y caldo )
*PACHINKO: Es un sistema de juegos muy similar al de los pinballs. Estas combinan un moderno sistema de vídeo.
*JR: Abreviatura de Japan Rail ( compañía nacional japonesa de ferrocarriles ) También cubren algunas líneas de metro y ferrys a las islas más importantes.
*ONSEN: Son los baños tradicionales japoneses, tienen un gran Ofuro (bañera/piscina), otros tienen dos, uno interior y otro exterior; hay Onsen que tienen varios ofuros con diferentes temperaturas o cualidades curativas o de belleza, también tienen sauna (esta suele tener televisión), jacuzzi.
*MOCHI: Pastel de arroz japonés hecho de mochigome, un pequeño grano japonés de arroz glutinoso.

Julián y la basurera.



Aquella secretaria me ponía más cachondo que cualquier otra. Eran unas cuantas ya las que habían desfilado por la oficina, pero ninguna como aquella. Ni de cerca. Cada vez que la llamaba por el interfono, y entraba en mi despacho, me volvía loco. Tenía unas tetas perfectas, y siempre iba sin sujetador. El pelo le brillaba sobre los hombros, y siempre olía a melocotón. Su sonrisa era la más natural que había visto en todas aquellas cerdas. Me encantaba también como la chupaba. Era, como su sonrisa, algo natural. Lo hacía por la pasta, como todas, pero además le gustaba. No había nada en la vida, mejor que estar allí escuchando a Schubert, con los pies encima del escritorio, y ver como aquella morenaza de veinte años se limpiaba la boca con un pañuelo, se pintaba los labios, y salía sonriendo. Mientras, mi mujer, con su nuevo Mercedes, llevaba el perro a la peluquería canina, después de hacerse un lifting. Seguramente, de tener un poco más de imaginación, esto es lo que Julián hubiera soñado aquella noche, pero el pobre, no llegaba ni a eso. Julián era un paleto. Era carne de cañón. Como la grandísima mayoría, era un pobre bastardo, y había venido a este mundo a sufrir, dormir algunas horas, emborracharse y poca cosa más. Al despertar, bostezó perezosamente. Se tiró un buen cuesco. Se rascó el culo. Recogió la ropa que tenía tirada por el suelo. Se vistió, cagó y salió de casa. Bajó como cada día. No eran más de las siete de la mañana. De su casa al bar, no había más de cuarenta metros. Entró y se sentó donde siempre. Ese era su sitio, hacía ya mucho tiempo. Tampoco necesitaba pedir. Paco, el dueño del bar, ya sabía en cada momento que tenía que servir. Mientras le servían el carajillo, levantó un poco el culo del taburete, y se volvió a peer. Sacó el peine de carey del bolsillo de la camisa y se peinó. Los de siempre empezaron a llegar, y fueron ocupando sus
sitios. Gregorio, el que estaba a la derecha de Julián, ya se sentaba ahí antes de que Paco, veinte años atrás, comprara el bar al antiguo propietario. Las cosas siempre van cambiando, poco a poco. Muchas cosas son como un árbol. No ves como van cambiando, hasta que te das cuenta de que lo han hecho. En el bar de Paco, también pasaba eso. Dónde estaba el humo ? Y, dónde van todos ahora, a la hora de trabajar ? Cuando todos apuraban sus copas de anís, el día acababa de empezar, pero para muchos, ya había acabado. Nunca antes se había visto una cosa así. Para Paco, no dejaba de ser un milagro. Todos aquellos palurdos no sabían hacer otra cosa, mas que ir a trabajar, y ahora que no tenían donde ir, se quedaban allí bebiendo y bostezando y rascándose el culo. Algunos estaban casados e incluso tenían hijos, que andaban por ahí revoloteando, haciendo sufrir a los profesores, o robando chucherías en el colmado del barrio. Volver a casa y aguantar la tele, o peor, aguantar a la parienta ? Ni por asomo. Allí se quedaban. Horas y horas. Un día tras otro, aquellos medio hombres, gastaban sus pensiones por desempleo en cerveza y anís, esperando que algo pasara. Para Julián, todo cambió aquel día. Ese día era frío, frío de verdad. Todos se morían de ganas de fumar, pero pocos salían a quitarse el mono. Los que se atrevían, no daban más de dos o tres chupadas al cigarro, y volvían a entrar, frotándose las manos y cagándose en Dios. Julián salió. Se acurrucó en el rincón de la entrada del bar y agachó la cabeza para encender el pitillo. Al incorporarse, se fijó en la persona que tenía delante, a pocos metros. Estaba de espaldas y cambiaba la bolsa de basura de una papelera. Llevaba un traje fluorescente totalmente ridículo. Cuando hubo terminado de cambiar aquella bolsa, esa persona se giró. Un chispazo en el estomago revolvió a Julián. Aquello fue un autentico flechazo. Julián se
acercó a la basurera. - Oye, hace un frío del carajo, quieres una copa de anís? - dijo Julián. La mujer dijo que por supuesto y entraron en el bar. Fueron tres las copas que tomaron, y ese día, Rosa no cambió ninguna bolsa de basura más. Subieron a casa y se pasaron lo que quedaba de día y de noche follando y durmiendo. La mañana siguiente, cuando bajaron, entraron juntos en el bar. Los dos tomaron su carajillo, pero Rosa se despidió y salió para continuar lo que había dejado el día anterior. Julián ya no era el mismo. Empezó a ponerse nervioso. Quería más. No soportaba estar allí ni un segundo más sin hacer nada, mientras ella cambiaba bolsas de basura en alguna calle. Nunca antes se había puesto así. Salió a fumar, ya no hacia tanto frío. La papelera que tenía enfrente estaba vacía y nadie cambiaba la bolsa. Solo podía entrar otra vez, y beber más anís. Unas horas después, Rosa entró y se sentó a su lado. - Ei , que ha pasado!? Pensaba que no volvería a verte - - Esos malditos hijos de puta me han echado ! - -Bueno, no te preocupes, yo estoy aquí. Tomate una copa.- Así empezó esa historia de amor. Los dos habían perdido sus trabajos. Ninguno de los dos tenía nada que hacer, pero se tenían el uno al otro. Julián sacó el peine de carey y se peinó. Rosa pidió otra copa. El día acababa de empezar. La vida empezaba otra vez y de otra manera para aquellos dos. En algún lugar del mundo, algún accionista se volaba los sesos.

Tomasz, així van les coses.








En aterrar al Prat, Tomasz Bawol va sortir de l’avió i de seguida va trobar un senyor trajat amb un foli a les mans, on deia el seu nom. El xòfer, el va portar directament a l’hotel. Un de cèntric i luxós. Abans de acomiadar-se, Tomasz demanà al xòfer per un bon restaurant de menjar casolà on poder sopar. Va anotar el nom i l’adreça en una llibreteta, la va tornar a guardar a la butxaca de la seva gavardina, va donar la corresponent propina i entrà a l’hotel. Allà, un noiet uniformat, molt somrient i servicial, l’acompanyà fins a l’habitació que tenia reservada. En entrar, el noiet somrient deixà la maleta a terra. Tomasz, després de donar la també corresponent propina i veure marxar el noiet, tot tancant la porta darrere seu, va respirar un segon, i a més a córrer es dirigí al lavabo.

Tomasz Bawol era en aquell moment, segons la premsa melòmana i la majoria d’entesos, el violinista més virtuós i amb més ànima del moment.
Viatjava per tot el món, oferint recitals als millors auditoris. Tot i ser aclamat allà on anava i estar botint de manera considerable la seva conta corrent, Tomasz era un home senzill, humil i honrat. Va néixer a Trzebinia, molt a prop de Cracòvia. Els seus pares, encara ara, regenten una antiga llibreria familiar. A casa sempre havien tingut un vell piano i un violí. Els diumenges a la tarda, a l’hivern, quan no es pot sortir a passejar, la mare feia galetes i té, i junts berenaven i tocaven cançons tradicionals klezmer. De ben petit, en Tomasz demostrava unes fabuloses aptituds amb el violí. El seu pare, gran amant de la música, ho va advertir i ajudà en tot al jove Tamasz per què desenvolupés les seves virtuts amb aquell instrument. No va ser gens fàcil, i tots plegats es van haver de sacrificar molt. L’esforç però, va tenir la seva recompensa.

Tot i tenir a la seva disposició un xòfer, Tamasz preferia conèixer les ciutats que visitava, passejant a peu. Va treure la llibreteta de la butxaca, i ensenyà el nom i l’adreça del restaurant al recepcionista. Aquest, molt amablement va explicar-li com arribar. Va sortir doncs del seu hotel i emprengué el passeig. De camí, com exactament li explicà el recepcionista, va poder contemplar la façana i la porta del Palau de la Música. Allà es on havia de tocar dos dies després. Tot i que ja havia gaudit anteriorment d’aquell lloc, Tomasz va quedar bocabadat. Un xic més tard, quan ja començava a fer-se fosc, encara es va impressionar més que amb l’espectacle que suposa el Palau. Continuà caminant xino-xano pels carrerons de Barcelona. Creuà la Via Laietana, a l’alçada del carrer Julià Portet, ja en ple Barri Gòtic. Un xic més endavant va aturar-se un moment. No podia creure que allò fos posible. Sentir allò que sentía, no podía ser real. El concert per violí N º 4 en re major K. 218 de Mozart, com mai abans l’havia sentit. Caminava incrèdul entre els carrerons, seguint la música, com un gat seguiria l’olor d’una sardina. Cada cop, aquella melodia es sentia millor. Al tombar una cantonada, per fi va arribar davant d’aquell home. L’individu, no gaire més ben vestit que un drapaire, tocava oscil·lant el cos com una serp. Tocava amb una precisió prodigiosa. Amb els ulls tancats, semblava estar en una espècie de trance. Només tres o quatre persones miraven l’espectacle. En acabar la peça, una noia llençà una moneda dins l’estoig del violí que hi havia a terra, i marxà de la mà del seu xicot. A Tomasz, se li escapaven les llàgrimes. No sabia que fer. Quan va poder reaccionar, l’homenot del violí ja havia recollit i marxava capcot. Tomasz el cridà mentre corria cap a ell. En sentir els crits el violinista es girà, i en Tomasz s’abalançà sobre ell per abraçar-lo.

Ja entaulats al restaurant, i un cop més tranquil, Tomasz va poder parlar amb en Nigel. Ho farien durant molta estona. En Nigel, nascut a Cardiff, Gal·les, portava tota la vida tocant al carrer per tal de guanyar-se la vida i així alimentar la seva família. Ho començà a fer ja de ben petit, amb el seu avi. Aprenia les cançons d’oïda, i després les interpretava sense cap problema.

En Tomasz, fascinat amb aquella història, va decidir convidar-lo a l’assaig general, que tindria lloc el dia següent al mateix palau de la Música. En Nigel, va acceptar la invitació. Un cop allà, i un cop més, va quedar demostrat el nivell d’interpretació del gal·lès. En Tomasz, tot i no pronunciar-se en aquest sentit, va reafirmar-se en el primer pensament que va tenir el dia anterior al descobrir-lo. Aquell paio era millor que ell. Després de parlar amb el promotor de l’esdeveniment, i deixar clares les seves fermes intencions, en Tomasz parlà amb el violinista gal·lès. L’endemà seria el seu convidat d’honor, tocaria amb ell i cobraria com correspon.

Com era d’esperar i més enllà de la sorpresa que suposà l’aparició a escena d’en Nigel, l’actuació va ser tot un èxit, superant les pròpies expectatives de l’interpret principal. L’endemà els diaris anaven plens. Tothom buscava a Google información d’aquell homenot. Tot els promotors ja se’l rifaven i casualment, un dels directius de la Deutsche Grammophon, va assistir al concert. Aquest, impressionat, ja es fregava les mans. Sigui com sigui, aquells dies i aquelles casualitats, van canviar brutalment la vida del violinista de Cardiff. Les vides d’aquells dos homes, al poc, van separar-se inevitablement. Cadascú d’ells continuà el seu camí. Un com fins ara i l’altre amb el seu nou rumb. Aquest segon esdevenir la nova sensació del món de la música clàssica. La barreja de sensacionalisme, sorpresa, intriga i rumors, a part de la incontestable virtuositat i talent, forjaren una nova estrella a nivell internacional.

Com sempre el temps passà impassible i capritxós. Moltes coses van ser les que durant aquells dies visqueren els nostres protagonistes. La fama, els diners i la bona vida, eren ja una cosa habitual per en Nigel. Viatjava de país en país, complaint als públics més exigents. Era un home intel·ligent, i un gran estratega. Va saber cuidar les seves aparicions a les televisions, triant els millors canals, escollint els programes amb millor share per tal de fer les seves entrevistes i estudiava les respostes als diaris i les revistes especialitzades. Les edicions discogràfiques estaven molt ben dissenyades i posades al mercat només a través dels millors distribuïdors. Paral·lelament, el pobre Tomasz, oblidat en el més cruel i dur ostracisme, era acomiadat de l'última escola on feia un temps que donava classes a nens impertinents de bona casa. Els calés que havia acumulat fins aquell moment, s’havien esfumat costejant el tractament d’una malaltia, que finalment, va treure la vida al seu pare. Sol i desquiciat, bevia cada cop més, perdent així el seu carisma com a violinista d’elit.

Va arribar el dia en què el destí jugà amb ells de la manera més rocambolesca. En Nigel passejava aquell dia amb una jove amiga, pels carrers més cèntrics de Praga, a prop de la Staromestska Radnice, quan va trobar un home, com tants altres, tocant al carrer. Aquell home però, el va reconèixer. L’home, tot d’una, va deixar de tocar. En Tomasz, tornà a plorar al veure per segon cop a la vida al violinista gal·lès.

- Nigel, amic. Quina il·lusió més gran tornar-te a veure! Com estàs? –

- Molt bé Tomasz, molt bé. I tu, que tal? –

- Doncs ja em veus. Ho he perdut tot. –

- Tot no home, et queda el violí. –

- Sí, poder tinguis raó amic. Però el violí ara només em dóna per algo de vi. Tant de bó em poguessis ajudar a sortir del carrer, com un dia jo et vaig ajudar a tu. –

- Jo no era pas en vi en el que gastava els calés. I aquesta sort que vaig tenir jo, no la tindràs pas tu aquest cop. –

- Com és amic!? Com pot ser que no facis això per mi!? –

- Poder pensaràs que sóc una mala persona, però no vull tornar a jugar amb el destí. Ja m’està bé com estan ara les coses. Qui sap si després, es torna a girar tot plegat. –

En Nigel llançà una moneda a la funda del violí que hi havia a terra, i continuà el seu camí, de la mà de la seva amiga.


El gat i el verat.


Fa temps, una colla d'anys ja, en un mas, a prop de Rabós, tot succeïa com de costum. No podem dir que tot allà fos pau i tranquil•litat, però els problemes eren uns altres, dels que ara patim. Les preocupacions venien donades, per coses més....lògiques o naturals. El temps, el bestiar, l'hort, la vinya, l'olivar.... Això era l' important, doncs d'això era del que vivien. I quan dic, " del que vivien " , és estrictament en sentit literal. Pràcticament no feien cap tipus de negoci. Dormien, bevien i menjaven, amb i del que ells mateixos generaven. Amb això no vull dir, que no venguessin alguna cosa  d'exedent, o fessin algun tipus d'intercanvi de productes, però bàsicament, així era la vida al mas. Quins collons... demà ha de ploure. Òstia tu... ara aquell porc no sé què té, que no menja... Aquestes eren les preocupacions.
Al mas vivien quatre generacions. L'avia, en Carlus, els fills d'en Carlus, i el net d'en Carlus. Allà tothom sabia quina era la seva feina, i què havien de fer en cada moment. Per descomptat...també sabien qui manava. Així doncs, els dies passaven. Uns millors, i altres no tant. Però tots, a la seva manera, eren feliços.
L'àvia semblava que no hi fos, però era a per tot. No deia res, però en tot s'hi ficava. I semblava que ja no hi toqués, però tot ho sabia. L'àvia tenia un gat. Un gatot, gran i esgarrapat de dalt abaix. L'àvia sempre anava molt abrigada, fins i tot a l'estiu. En Carlus era " el jefe ". Ell era fill de l'àvia. En Carlus treballava tot el dia com un animal, però ara ja començava a estar un xic cansat, i començava a donar poders i feines al seu fill gran, l’Arnau. L’Arnau ja era un home. Ara ja començava a tirar del carro. En Carlus tenia un gos, un gos llebrer, que portava de cacera. Sempre que podia, agafava l'escopeta i el gos, i au....se'n anava tranquil•lament muntanya amunt. Quasi sempre venia amb un parell de llebres i alguna perdiu. La dona d'en Carlus, feia el que feien quasi totes les dones en aquell temps. Ni més, ni menys. La filla gran d'en Carlus, era potser la que més mals de caps els donava. Un dia no va poder dissimular la botida...i va haver de confessar, que seria mare. Treballs i penes per inventar una historia creïble per explicar, com s’ho va fer per ser mare, tan jove, i sense marit. Sort de l'avia, és clar, que se'n va inventar una de bona. D'anècdotes, això sí, n'hi havien per parar un tren. Cada dia una de diferent. Com la del verat....
Un bon dia, i veient que tot anava com havia d'anar, en Carlus va dir a la dona que li preparés el sarró, que aniria a caçar. La dona, com no, sabia què i com havia de preparar. Aquell dia, casualment, tenia guardat per ell un verat. Els verats no eren fàcils de veure per aquella casa, i eren un dels àpats preferits d'en Carlus. Collons nano, un verat i un tros de pa, regats amb vi negre. Això sí que era un bon esmorzar. Així doncs, mentre ella acabava de preparar el sarró, ell va baixar al celler, a buscar vi per la bóta que sempre portava penjada al coll, quan anava a la muntanya. Al celler es baixava per unes escales, que hi havia a tocar de la cuina. El celler era fosc, i fresc. Al cap d'uns minuts, quan la bóta era plena, en girar-se, en Carlus va veure una ombra tota rara. Va agafar el pal semaler, pensant que era una rata. Mentre s'acostava amb peus de plom, va començar a distingir una silueta. Era en Tarzán, el gat de l'àvia. I vet aquí la sorpresa d'en Carlus, al veure que el maleït gat, s'estava fotent el verat que havia robat de la cuina. Cago en el dimoni ! Amb un fort i precís cop en va fer prou. Amb prou feines en Tarzán va fotre una espècie de xisclet, fi i agut. I allà va quedar. " T'has fotut el meu verat, però poc que te'n fotaràs cap més." El va fotre en un sac. I se'l va endur dient : " Carai, ja he pelat la rata ". Al cap d'uns dies, l'àvia va començar a rondinar... "Carlus, que has vist el gat ?" "No, mare. Que no ho saps, com és aquest gat ? Sempre va amunt i avall. Sempre va a la seva.." " Sí noi, ja ho se prou. Però ja fa massa dies que no el veig " " Potser té ganes de peix, mare, i ha anat fins el poble, avui ve el carro del peix de Roses. I ja saps com son els gats amb això del peix...són uns putes"
I així continuava la vida al mas. Uns dies una cosa, uns dies una altra...i anaven fent. Dia a dia.

Crónicas del Hombregato. 3/7


La tercera vez, fue un poco distinta a las otras. Quizás, lo más significativo, fue lo largo que se me hizo. Así como las otras veces, el proceso fue corto, esta vez el periplo se alargó bastante más. También me extrañó el hecho de no tener ningún recuerdo previo. Sin más, así de sopetón, me encontré allí….

Todo estaba en calma. La paz envolvía todos mis sentidos. La oscuridad lo cubría todo. Tenía la boca llena de saliva, espesa y caliente. Creo recordar, que incluso algo de baba se me escapaba por la comisura de los labios. No sentía ni frio, ni calor. Era como estar en la bañera, segundos después de haber entrado, justo cuando dejas de notar el primer sofocón, y el cuerpo ha acabado de absorber el calor que le sobra al agua. El silencio era absoluto, aplastante. Supongo que era como estar dentro de una burbuja.

La burbuja estalló. Empezó a hacerse de día, y la luz, tenue, débil e imperceptible, intentaba entrar por mis ojos, poco a poco, pero con fuerza y convicción. Un pitido finísimo y agudo atravesaba mi cerebro, aun adormecido. Empecé a despertar. La luz acabo por conseguir su propósito, y entonces conseguí ver algo. No entendía exactamente lo que veía. Toda la calma, la paz y la harmonía se escapaban. La confusión había comenzado a entrar en el campo de batalla, y como un ejército a caballo, asomaba por lo más alto de una loma, se paraba, observaba el terreno, y entonces con el brazo en alto y espada en mano, grito a sus guerreros… - Adelaaaaante ! -. Como una cascada de agua, se dejaron caer cuesta abajo. Ya nada podría frenarlos. El frio estaba ya aquí.

Las imágenes fueron enfocandose paulatinamente, pero seguía sin entender dónde me encontraba. El pitido continuaba, incisivo y constante, pero una música se dejaba oír de fondo. Me acordé, de que era una persona, pero no exactamente quién. Cuando intente moverme por primera vez, fue inútil. El frio ya había llegado a todos los extremos de mi cuerpo. En el segundo intento, conseguí abrir un poco la boca. Recordé que la tenía llena de saliva. Continuaba caliente y espesa. En el momento de separarse los labios, la baba se derramó torpemente fuera, y resbaló tranquilamente. Su sabor era curioso. Era como chupar un caramelo de hierro oxidado. Fue entonces cuando recordé que las personas tenemos que respirar, y quise, en un intento fallido, recuperar todo el aire que no había respirado hasta ese momento. Salió, más bien, algo parecido a un gran suspiro. Pero de aire, poco. Al intentar respirar de nuevo, sentí que algo no me dejaba. Insistí con todas mis fuerzas, que no eran muchas, pero apenas podía coger el aire necesario para no volver a perder el conocimiento. Una gran opresión en el pecho me privaba de ese divino y necesario tesoro. Para entonces, había recuperado prácticamente toda la vista, pero continuaba sin conseguir darme cuenta de donde estaba, mucho menos, de que me podía haber pasado. Era un laberinto de sombras, cristales y metal. La confusión era máxima. Creo que entonces estaba más perdido que nunca. El miedo entro en escena, y se juntó al ejército de la confusión, que seguía bajando aquella cuesta, acercándose cada vez más. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Los sentidos fueron ajustándose. La vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato comenzaron a situarme. De la misma manera que acabas sintonizando, después de unos segundos, una emisora de radio en un aparato analógico, el ruido se convirtió en música. Era el “There is a light that never goes out” de los Smiths. Lo recuerdo perfectamente, siempre había odiado esa canción. Intenté incorporarme otra vez. Imposible.

El olor de gasoil y el del pino verde que me había quedado justo delante de la cara, se mezclaban con el de la baba, que resulto ser sangre, y que ya empapaba toda mi camisa. Esto acababa de darle un toque más caótico al asunto. Un amasijo de hierro me enjaulaba, y me aprisionaba, como una camisa de fuerza. La maldita música seguía sonando, y otra canción ochentera y empalagosa comenzó a sonar. Seguramente el reproductor de cd’s saltó, y el modo radio, sintonizó una emisora al azar. Maldita sea, nada menos una emisora de música de los ochenta. Solo quedaba esperar. No era más, que cuestión de tiempo.

Las arcadas y las bocanadas de sangre se multiplicaban y no podía soportar más el frio. Continuaba sin poder respirar en condiciones. Era como un fuelle viejo y agujereado. Todavía no me podía mover. Y sed. Mucha sed. Al menos, no sentía dolor. Pero al contrario de lo que decía el puto Morrisey, en la canción que me despertó, esta luz sí que se iba. Ahora ya era consciente de todo. No recordaba lo sucedido, el cómo había llegado hasta allí. ¿ Cómo me las habría apañado, para estar espachurrado, en el centro de una bola de chatarra? Pero conocía la sensación, sabía que la muerte me había vuelto a encontrar, y que me quería. La confusión y el miedo desaparecieron. Ya habían ganado. Cuando uno muere, siente como toda su vida se escurre y se va por un agujero. Nuestro cuerpo es como una bañera llena de agua. El agua está caliente, pero cuando se enfría y quitas el tapón…la vida se vacía. Toda esa sucia agua se cuela y se escurre. Se va por un agujero negro. Negro y sin fin. Y ahora a mí solo me quedaba el último aliento, el último chorrito gracioso de agua, ese que hace un simpático remolino antes de colarse, e irse para siempre.

Tardó bastante el dichoso chorrito en desaparecer. Tuve tiempo aun de sentir como llegaba el séptimo de caballería, para luchar contra la confusión y el miedo, que por otro lado, habían ganado la batalla hacía rato ya. Llegaron con sus sirenas, sus uniformes y su confusa humanidad. Gritaban, maldecían y sobre todo, sobraban. No tenían nada que hacer, pero solo yo lo sabía. Pobres imbéciles. Por fin se pusieron manos a la obra. Una sierra arrancó, y se clavó en la chatarra. Las chispas y las virutas de metal se me clavaban en la cara. Suerte que no sentía nada. Entonces pararon. Oí como parloteaban angustiados. Tenían que tomar una decisión, y no tenían mucho tiempo. La bolsa o la vida, decían los bandoleros. En este caso, pensaron, el brazo o la vida. Al parecer, no podrían sacarme de allí si no me cortaban un brazo. Cuando me hubieron cortado el brazo, se dieron cuenta de que continuaba siendo inútil. Ahora le tocaba a la pierna derecha. Intente reír y otra bocanada de sangre salió torpe y sin fuerza. Quería decirles...-¿bueno, perece que se acabó lo de jugar al futbol, no? - pero no pude. Antes de que acabaran el trabajito de la pierna, todo se acabó. Por fin la música ochentera dejo de sonar. Lo dejo de hacer cuando empezaba a entonarse el Waltzing Matilda, en la fantástica versión de Tom Waits. Vaya, la muerte vuelve a estar de guasa, y siempre tiene que hacerme su gracioso guiño. Para una canción que valía la pena…

Es meu avi.



Es meu avi, per a mi, va ser tot un referent. Sa seua manera de ser, hem va marcar des de petit. D’alguna manera, sentia que, poder jo ara era la persona que estimava més a aquell homu, i que ell m’estimava a mi, poder més que a cap altre.
Era un homu petit, però fort com un burro. La cara i les mans estaven cremades pel sol i el mar. De jove, es meu avi, anava a pescar amb es seu sogre, i a fer paret seca amb es seu pare. També tocava la trompeta!! A la mili va fer de music, i alegrava els soldats amb un grup que va fer amb uns amics del campament. Es dissabtes anaven als pobles des voltant, a la província de Cadis, i així feia algun duro. No li feia por el treball, ni la fred, ni la calor. Sempre amb aquelles calces gruixudes de vellut marró i ses espardenyes d’espart. No li agradava gaire afaitar-se, Sa meu avia i sa meu mare sempre li deien de tot ! Ell hem sembla que no fotia gaire cas...
S’aixecava molt aviat, quan encara havia de sortir el sol, ell ja era a Port-Lligat. Recollia ses fluixes que havia calat el dia abans, quan es feia fosc. De tant en tant potegava algun sarg o algun llobarrot. Preparava es llagut, i sortia tranquil·lament cap a Es Forcats o cap a Codera, un xic mes enfora des Bau de la Creu, i allà pescava quatre serrans. Amb quinze o vint serrans, ja n'hi havia prou. No calien més. Uns quants per esmorzar, i els altres per a sopa. Aquell llagut ja havia sigut des seu pare, i segons m’havia dit , algun dia seria meu. Abans de les nou ja era a sa casa, apunt per esmorzar. M’agradava molt esmorzar amb ell. Tots dos assentats a taula. Ell trevía es ganivet de sa butxaca, i tallava el pa i el formatge amb calma, trosset a trosset. Ara un tall per a mi, ara un per a ell. Esmorzant hem va ensenyar un embarbussament, deia que se l’havia inventat ell...
- Sóc un ruc, un xic poruc, que en es cucurucuc, va trobar un cuc. Si en es cucurucuc, vaig trobar un cuc, ni sóc tan ruc, ni tan poruc ! -
Tenia dos ampolles de vichy català, una amb vi negre i una altra amb garnatxa, que es meu pare li portava de Vilajuïga. Es fotia un bon esmorzar, i després no dinava gaire. Després de dinar, dormia una mica, tot just un cop de cap. Llegia el diari, si no ho havia pogut fer esmorzant, tot esperant que arribessin les quatre o les cinc, i la calor manqués. Baixava a es poal, i s'assentava a mirar com passava la gent, fins que es cansava, i a peu, se’n anava cap a l’hort o cap a s’olivà. Collia una galleda de tomàquets, dos o tres carbassons i un enciam, i cap a sa casa. Berenava bé, i cap a Port-Lligat a fotre un vistasso i a calar ses fluixes.
No xerrava gaire, i fins i tot quan li preguntaven alguna cosa, passava treballs per contestar. No li agradava que el maregessin gaire. Li agradava estar sol, i havia qui deia que era mig locu. Es diumenges, per exemple, a mitja tarda baixava al casino. Es fotia un carajillo o dos, fumava caliquenyos o tuscanos, i feia la botifarra, però quan començava a arribar gent, per veure el barça a la tele, s’aixecava i se’n anava cap a sa casa. Ara has de marxar ??!! Li deien...Però feia igual que amb la mare i l’avia, no feia ni cas. Deixava la partida a mitges si convenia. A sa casa estava més tranquil, sense gent. Escoltava el partit per la radio. Encara que fessin el partit a la tele, ell l’escoltava per la radio. Cada dia que passava, mirava d’aïllar-se més de tot i de tothom. Un dia hem va dir...- Fill, no es que la gent hem molesti, però estic molt millor quan no son a prop.- Quan la gent el saludava pel carrer, i li deia bon dia, ell es limitava a fer un petit gest amb es cap. Això sí, tenia un cor, gran com un pà. Mai havia fet mal a ningú, i si calia ajudar, ell era el primer.
Un dia, l’avia i la mare van tenir-la amb ell. Es veu que de cop, els hi va sortir amb un ciri trencat.
- Quan sigui mort, no vull que hem porteu a l’Icglési ! - va dir. Buf !! Ja la teníem liada un altre cop....
Va passa un temps fins que desaparegué. Ho va fer sense que ningú se n'adonés. Va anar a calar ses fluixes, com sempre feia, quan es feia fosc, i no va tornar... Ningú sabia on podia ser, i ningú l’havia vist. Es van fixar que sa barca no hi era. L’endemà van trobar sa barca dintre Cala Bona, però ni rastre d’ell. Fins el dia d’avui ningú l’ha tornat a veure. Es va sortir amb la seua. Mai van portar-lo a l’isglesi.
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La ardilla y la tortuga.



He decidido que ya no aguanto más. He decidido que de hoy no pasa. Me he sincerado conmigo mismo y me he dejado claro que de esa manera no tenía futuro. Tengo que solucionar mi vida dando un golpe de timón. Necesito ayuda.
Al entrar en el edificio me dirigí al ascensor de la derecha, el de la izquierda descendía, ahora iba por la octava planta. Dentro de éste noté una inusual sensación de bienestar. - Que raro. - pensé...
Nunca había notado nada dentro de un ascensor... Solo subía o bajaba. Ascendía y solo un suave olor, que parecía alguna fruta parecida al melocotón, me acompañaba. Más arriba, en el piso séptimo, el ascensor se detuvo, las puertas se abrieron, y una joven alta y esbelta se escurrió dentro. - Hola, buenos días - A cambio solo me miró de reojo y me dedicó una dulce sonrisa. Era muy guapa, morena. Pero no tenía absolutamente nada de tetas. Estaba completamente plana. La cara plagada de granos. Casi todos eran en tonos rojos. Rojo intenso, rojo oscuro, rojo sangre. Había también alguno de pus, de esos que entran ganas de reventar. Pero era maja. Atractiva. A pesar de todo, me gustaba. Llevaba un vestido verde, estampado con cientos de peces de colores. Parecía que lo hubiera hecho ella misma, en sus clases de costura y confección. Bastante hortera. Pero le quedaba bien. El ascensor paró. Las puertas se volvieron a abrir, y ella desapareció.
Al llegar a la décima planta, el ascensor volvió a parar. Las puertas se volvieron a abrir, salí. Me planté delante de la puerta y toqué el timbre. Al entrar en la consulta, ya noté que no era una consulta normal. No me costó demasiado darme cuenta. No había nada. No había recepción, ni su correspondiente recepcionista. Ni sillas, ni sala de espera con revistas de meses atrás, ni diplomas enmarcados, ni cenicero con caramelos de colores. Nada. La habitación donde me encontraba era totalmente cuadrada. El techo era el cielo, o al menos eso pretendía la pintura que lo cubría. Era la representación de un cielo azul con alguna nube pasajera. Un cielo típico. Las paredes de color naranja. Un naranja ni fuerte ni claro, ni demasiado chillón ni demasiado apagado. Una franja blanca, de unos veinte centímetros de ancho, que a un metro largo desde el techo, daba la vuelta a la sala sin precisión alguna. Estaba trazada a ojo, sin ningún cuidado la habían pintado como con prisas. Iba subiendo y bajando suavemente sin control. El suelo era de grava. Bolitas de piedra de unos dos o tres centímetros, de tonos grises. Cerré la puerta y esperé.
Cuando me estaba empezando a cansar de esperar, y de estar de pie, la intensidad de la luz empezó a bajar, la sala se iba oscureciendo poco a poco. Entonces me di cuenta de que no había bombillas, ni nada que produjera la luz. Era como luz natural. Entonces la puerta se abrió y la joven del vestido de peces de colores salió y la cerró tras pasar por ella. Me miró y me sonrió de la misma manera que lo había hecho en el ascensor. Entonces por primera vez pude oír su voz...
- Si me lo permites, te voy a ayudar a recuperar la vida y la felicidad -.

El sol entraba como podía, pero con fuerza, por los agujerillos de la persiana. Era casi mediodía. Había dormido como un cabrón, la baba había mojado la almohada y los ojos no se querían abrir.
Tenía ganas de levantarme, prepararme un buen desayuno, ducharme, vestirme y salir a dar un paseo. Compré el diario, lo leí mientras me tomaba una cerveza en una terracita. Seguí paseando y entré a comer en un pequeño restaurante.
Ya llevaba seis meses visitando la habitación y a Ella, y como lo notaba! Todo ahora era diferente. Todo era como siempre había deseado. Sin duda ha sido muy importante para mí, y deseaba que llegara el día de visita para volverla a ver. No conocía su nombre, ni Ella quería conocer el mío. Decía que nuestros nombres condicionaban demasiado nuestros destinos, así como nuestro ser y nuestra alma, y que todo era más fácil así. Todo lo que en esa habitación hacíamos, decíamos, o allí pasaba era un misterio. Había prometido no explicar cómo funcionaban las cosas allí, así como no dar ningún tipo de detalle de su modus operandi. Era vital para mí y para mi recuperación. De todas maneras, aunque quisiera hacerlo, no podría. No sabría ni por dónde empezar, e incluso tendría miedo de que me tomaran por loco. Lo que allí dentro pasaba, en definitiva no era normal. Hay algo de lo que estoy seguro, esa habitación reaccionaba a mis estímulos y a mis sentimientos. Al principio no entendía nada. Me asustaba, me daba miedo. Pero fui acostumbrándome, y de alguna manera, la habitación se acostumbró a mí. Así cuando empecé, el tono de luz era débil, y cuando más miedo tenia, más oscuro se volvía todo. Algún día incluso, si estaba muy triste, empezaba a llover. Si, allí-dentro-llovía. Los dos seguíamos allí, uno frente al otro, sentados en el suelo de grava, empapándonos. Pero cuando Ella me hacía sentir bien, perdía el miedo, y me iba encontrando mejor, paraba de llover. Poco a poco la intensidad de la luz iba en aumento. El aire que respiraba también me aportaba sensaciones. Cuando me agobiaba, por ejemplo, la temperatura subía y empezaba a tener mucho calor, y sudaba. Alguna vez olía a pescado podrido, o a basura. Pero también fue cambiando, y todo iba pasando a olores agradables. Sentí olor a mar, a bosque, a fresas, albahaca, salvia....
Un día lo entendí todo. La habitación estaba conectada a mí, y no era más que un reflejo de mi alma. Cuanto más conocía a la habitación, más me iba conociendo a mí mismo, y cuando me fui conociendo a mí mismo, y me fui sintiendo mejor, la habitación mejor me trataba, y yo mejor me sentía. Era sensacional. Realmente eso me ha ayudado a conocerme mejor, a controlar mis miedos, mis defectos. Ahora me siento realmente bien. Creo que soy feliz.
Con esas ganas y esas sensaciones, después de comer, pasear, tomar café y visitar la biblioteca, me dirijo a mi esperada visita semanal a la habitación, y a Ella.
Subí como de costumbre con el ascensor, en el que por cierto hoy sonaba Djed, y me coloqué bien el cuello de la camisa antes de salir. Llamé, entré y allí estaba Ella. Hasta ahora solo había pensado en ello vagamente, y de alguna manera lo presuponía, pero en el preciso instante en que la he vuelto a ver, me he dado cuenta. Estoy enamorado de ti, le dije nada más entrar, extendiendo el brazo para darle un ramo de líliums.
- Hola -dijo, seria y lacónica.
- Sólo vas a decirme eso? -yo seguía con el brazo estirado y el ramo en la mano.
- No me gustan los líliums, de hecho no me gustan las flores en general, y aún que muy típico, es un bonito detalle.-
La habitación oscureció, empezó a llover con fuerza. Tronaba. Las lágrimas se derramaban por mi cara, mezclándose con la lluvia.
Tienes que aprender a controlar tus emociones, no te dejes llevar.
- ¿Cómo puedes hacerme esto?-
- ¿Hacerte qué? Te estoy ayudando a ser fuerte, a ser feliz. Para eso viniste, recuerdas. Has cambiado en este tiempo.-
- Pero...yo creía que me querías...-
- ¿Que te hace pensar eso? Quiero que seas feliz, que estés bien contigo mismo, pero no por eso voy a quererte. Este es solo mi trabajo. Tienes que aprender que todo no va a ser, ni va a salir como tú quieras. No siempre al menos. Esta situación puede, incluso, servirte para tu educación espiritual.-
Recóndita de Cospedal Astondoa. Ese era su verdadero nombre. Desde pequeña había vivido en un lugar precioso, con una familia de ensueño. Nunca le faltaron los mimos, ni los zapatitos de charol. Su padre era un héroe para ella, y ella una joya para él. Hasta que en segundo de derecho, en una noche de jueves, de chupitos locos, un listillo sin futuro la dejó preñada, acabando con los sueños y la protección de su papá, que inmediatamente cerró el grifo. Recóndita, a la que llamaban Reco tuvo que dejar los estudios y currar, como una más, de cajera en un Lidl. Tenía un bebé que mantener y el alquiler de un piso que pagar, y el listillo se había esfumado. Con el trabajo en el súper no le llegaba. Ni de coña! Por eso aceptó un raro trabajo que encontró en un anuncio del periódico. Pero todo eso, y el que ahora Reco estuviera enrollada con un mosso de esquadra, Él no lo sabía. Ni se lo imaginaba.
Reco, seguía metiéndole un rollo impresionante de cómo su alma, su espíritu y todo eso, tenían que estar en equilibrio y bla, bla, bla...
Mientras tanto paraba de llover, toda la habitación se comenzaba a poner roja. Un rojo intenso se apoderaba de todo allí. La temperatura subía y subía. Reco empezaba a asustarse.