Julián y la basurera.



Aquella secretaria me ponía más cachondo que cualquier otra. Eran unas cuantas ya las que habían desfilado por la oficina, pero ninguna como aquella. Ni de cerca. Cada vez que la llamaba por el interfono, y entraba en mi despacho, me volvía loco. Tenía unas tetas perfectas, y siempre iba sin sujetador. El pelo le brillaba sobre los hombros, y siempre olía a melocotón. Su sonrisa era la más natural que había visto en todas aquellas cerdas. Me encantaba también como la chupaba. Era, como su sonrisa, algo natural. Lo hacía por la pasta, como todas, pero además le gustaba. No había nada en la vida, mejor que estar allí escuchando a Schubert, con los pies encima del escritorio, y ver como aquella morenaza de veinte años se limpiaba la boca con un pañuelo, se pintaba los labios, y salía sonriendo. Mientras, mi mujer, con su nuevo Mercedes, llevaba el perro a la peluquería canina, después de hacerse un lifting. Seguramente, de tener un poco más de imaginación, esto es lo que Julián hubiera soñado aquella noche, pero el pobre, no llegaba ni a eso. Julián era un paleto. Era carne de cañón. Como la grandísima mayoría, era un pobre bastardo, y había venido a este mundo a sufrir, dormir algunas horas, emborracharse y poca cosa más. Al despertar, bostezó perezosamente. Se tiró un buen cuesco. Se rascó el culo. Recogió la ropa que tenía tirada por el suelo. Se vistió, cagó y salió de casa. Bajó como cada día. No eran más de las siete de la mañana. De su casa al bar, no había más de cuarenta metros. Entró y se sentó donde siempre. Ese era su sitio, hacía ya mucho tiempo. Tampoco necesitaba pedir. Paco, el dueño del bar, ya sabía en cada momento que tenía que servir. Mientras le servían el carajillo, levantó un poco el culo del taburete, y se volvió a peer. Sacó el peine de carey del bolsillo de la camisa y se peinó. Los de siempre empezaron a llegar, y fueron ocupando sus
sitios. Gregorio, el que estaba a la derecha de Julián, ya se sentaba ahí antes de que Paco, veinte años atrás, comprara el bar al antiguo propietario. Las cosas siempre van cambiando, poco a poco. Muchas cosas son como un árbol. No ves como van cambiando, hasta que te das cuenta de que lo han hecho. En el bar de Paco, también pasaba eso. Dónde estaba el humo ? Y, dónde van todos ahora, a la hora de trabajar ? Cuando todos apuraban sus copas de anís, el día acababa de empezar, pero para muchos, ya había acabado. Nunca antes se había visto una cosa así. Para Paco, no dejaba de ser un milagro. Todos aquellos palurdos no sabían hacer otra cosa, mas que ir a trabajar, y ahora que no tenían donde ir, se quedaban allí bebiendo y bostezando y rascándose el culo. Algunos estaban casados e incluso tenían hijos, que andaban por ahí revoloteando, haciendo sufrir a los profesores, o robando chucherías en el colmado del barrio. Volver a casa y aguantar la tele, o peor, aguantar a la parienta ? Ni por asomo. Allí se quedaban. Horas y horas. Un día tras otro, aquellos medio hombres, gastaban sus pensiones por desempleo en cerveza y anís, esperando que algo pasara. Para Julián, todo cambió aquel día. Ese día era frío, frío de verdad. Todos se morían de ganas de fumar, pero pocos salían a quitarse el mono. Los que se atrevían, no daban más de dos o tres chupadas al cigarro, y volvían a entrar, frotándose las manos y cagándose en Dios. Julián salió. Se acurrucó en el rincón de la entrada del bar y agachó la cabeza para encender el pitillo. Al incorporarse, se fijó en la persona que tenía delante, a pocos metros. Estaba de espaldas y cambiaba la bolsa de basura de una papelera. Llevaba un traje fluorescente totalmente ridículo. Cuando hubo terminado de cambiar aquella bolsa, esa persona se giró. Un chispazo en el estomago revolvió a Julián. Aquello fue un autentico flechazo. Julián se
acercó a la basurera. - Oye, hace un frío del carajo, quieres una copa de anís? - dijo Julián. La mujer dijo que por supuesto y entraron en el bar. Fueron tres las copas que tomaron, y ese día, Rosa no cambió ninguna bolsa de basura más. Subieron a casa y se pasaron lo que quedaba de día y de noche follando y durmiendo. La mañana siguiente, cuando bajaron, entraron juntos en el bar. Los dos tomaron su carajillo, pero Rosa se despidió y salió para continuar lo que había dejado el día anterior. Julián ya no era el mismo. Empezó a ponerse nervioso. Quería más. No soportaba estar allí ni un segundo más sin hacer nada, mientras ella cambiaba bolsas de basura en alguna calle. Nunca antes se había puesto así. Salió a fumar, ya no hacia tanto frío. La papelera que tenía enfrente estaba vacía y nadie cambiaba la bolsa. Solo podía entrar otra vez, y beber más anís. Unas horas después, Rosa entró y se sentó a su lado. - Ei , que ha pasado!? Pensaba que no volvería a verte - - Esos malditos hijos de puta me han echado ! - -Bueno, no te preocupes, yo estoy aquí. Tomate una copa.- Así empezó esa historia de amor. Los dos habían perdido sus trabajos. Ninguno de los dos tenía nada que hacer, pero se tenían el uno al otro. Julián sacó el peine de carey y se peinó. Rosa pidió otra copa. El día acababa de empezar. La vida empezaba otra vez y de otra manera para aquellos dos. En algún lugar del mundo, algún accionista se volaba los sesos.

No comments: